Mentes y mandarinas. Inteligencia ignorada
Nuestro concepto popular de
lo que es la inteligencia nos ha llevado a creer que tiene que ver con la
cantidad de conocimiento teórico que una persona tiene, dejando a un lado
grandes mentes que aunque no hayan tenido mucho contacto con la academia,
poseen habilidades cognitivas, cognoscitivas y de resolución que representan
maravillosamente la inteligencia humana.
Hace algunos años tuve
la oportunidad de trabajar en un municipio del Valle del Cauca (Colombia) como
psicólogo de su único hospital. Es un pueblo, que a pesar de ser del Valle, es
de los pocos de este departamento que se ubica en las montañas (Cordillera
Occidental de los Andes colombianos), razón por la cual tiene un clima frío y
por ello en sus tierras crecen frutos que no se dan fácilmente en otras
regiones de Colombia. Uno de estos es la mandarina, que a lo largo de toda su
zona rural crece de manera natural y silvestre, por lo que es normal ver
árboles de este fruta repletos de mandarinas que caen al suelo y en él se
pudren porque nadie las recoge, excepto aquellos foráneos que, como yo, nos
sentíamos en el paraíso de las frutas gratis.
Contrariamente en la
ciudad las mandarinas son un fruto costoso y en una heladería o restaurante su
jugo es tal vez de los más costosos. Esta situación peculiar me recuerda
espacios como los barrios vulnerables o incluso colegios; donde los modelos
pedagógicos o la sobrepoblación de alumnos hacen que mentes prodigiosas caigan
al suelo y se pudran sin que nadie se percate de su grandeza.
En mi experiencia
trabajando con población de adolescentes en conflicto con la ley, que además
están privados de la libertad, he podido toparme con genios increíblemente
ignorados por el sistema y sus familias, pasando desapercibidos con capacidades
que muchos quisiéramos tener y que ellos adquieren de manera natural por sus
condiciones de vida en la infancia y la adolescencia. Resulta que algunos de
los niños más vulnerables de este país nacen con carencias materiales y adultos
negligentes a su “cuidado” que los llevan desde pequeños a tener que subsistir
y adaptarse a un mundo inmisericorde ante su fragilidad. Desde muy niños deben
aprender a esquivar personas y situaciones para no ser abusados de todas las
formas posibles, además de aprender a consumir sustancias psicoactivas (SPA) a
tempranas edades para desconectarse de sus brutales realidades. Todo esto ayuda
a que sus cerebros desarrollen conexiones que pocos llegamos a tener.
Lastimosamente esta forma de perfilar el cerebro es inadecuada por el riesgo
emocional, físico y de salud que implica, y no todos llegan a la adultez,
además del riesgo mortal que implica entrar en el mundo de las drogas ilícitas.
En fin, estas mentes
superdotadas son hermosas y prodigiosas, capaces de memorizar, analizar, leer
grandes cantidades de información escrita, producir conocimiento y lo mejor,
capaces de aplicar eficientemente el conocimiento de manera directa en la
realidad, pero son la mayor de las veces desperdiciadas y obviadas por el sistema
ya que no tiene la capacidad de visualizarlas o porque algunos funcionarios
consideran que un adolescente que ha sido consumidor de SPA y ha tenido poca
escolaridad no puede ser dueño de un súper cerebro basados en el paradigma de
que pasar por una escuela es garantía de desarrollar inteligencia.
En mi experiencia con
adolescentes y jóvenes vulnerables y además consumidores de SPA, he visto
escritores de poesía, devoradores de libros, artistas pintores, grandes
músicos, meditadores, pensadores y genios emocionales que maravillan con sus
palabras y hechos. Desafortunadamente nuestra sociedad no tiene la capacidad
para detectar estas mentes inmensas y las desperdicia como las mandarinas en aquel
pueblo del Valle del Cauca, tal como dice una hermosa canción de rock en
español de Duncan Dhu llamada “En algún lugar” en uno de sus apartes “… y en las sombras mueren genios sin saber
de su magia concedida sin pedirlo mucho tiempo antes de nacer”.
No sólo es el sistema,
también somos las personas, los ciudadanos, los que debemos hacer una
revolución y dejar los prejuicios, dejar la ceguera que nos impone el sistema, abandonar
la creencia que supone a la academia dueña de la exclusividad de la
inteligencia, la inteligencia también está en la calle, en la vida cotidiana, y
en especial en las mentes que a la fuerza se han adaptado so pena de morir en
el intento. Debemos, de alguna manera aprender a identificar estos prodigios,
para lo cual debemos dejar los moldes que nos imponen algunos, los padres y los
profesores debemos estar preparados para ver más allá de lo aparente, saber
identificar los gritos de auxilio de los niños y adolescentes que con sus
conductas rebeldes nos instan a reaccionar. Ellos deben ser los protagonistas
de esta historia, no los modelos educativos arcaicos llenos de evaluaciones y
teoría insulsa. Los jóvenes tienen la capacidad de enfrentar lo que los adultos
no hemos podido, pero necesitan la oportunidad de demostrarlo.
Iván Rendón Giraldo
Psicólogo de Habitus