¿La
educación es para inspirar o para imponer?
Los adultos, aquellos que
estamos llamados a ser responsables de la educación de las generaciones nuevas,
fallamos en esta misión cuando trasladamos nuestras expectativas personales a
dicha educación, y peor aun cuando
dejamos que la ironía de la vida cotidiana, la que incluye nuestra doble moral,
migre al área en la que pretendemos formar personas responsables y buenos
ciudadanos.
Es
muy curioso cómo hemos aprendido a convivir con la ironía como parte normal de
la vida, e incluso la fomentamos y seguimos como si nada. Es por ello que al
contratar a un empleado nos centramos en sus habilidades laborales, pero casi
siempre lo despedimos por no tener habilidades para relacionarse con sus
compañeros. Aplaudimos a las estrellas de rock por ser rebeldes, pero los
juzgamos cuando sus actos no están de acuerdo con nuestras expectativas.
Juzgamos que los políticos sean corruptos o que los guardas de transito se
dejen sobornar, pero nos enojamos cuando uno de ellos nos va a sancionar y no
responde a nuestro soborno. Peor aún, educamos a nuestros niños y jóvenes para
ser calculadores, fríos y competitivos, pero luego decimos que a las nuevas
generaciones se les olvidaron los valores y la calidad humana.
En
fin, queremos una cosa pero insistimos en otra, en especial con la educación. Queremos
personas pero formamos maquinas autómatas, pues seguimos convencidos que
atiborrar a nuestros hijos de datos, nombres, formulas y frases construidas los
harán grandes personas. Muy seguramente muchos de ustedes serán como yo, que
siendo colombiano y habiendo escuchado el himno
nacional toda mi vida no sé ni que significan la mitad de sus estrofas,
personalmente no supe hasta ya muy viejo que era “Inmarcesible”, pues jamás en
la escuela mis profesores se atrevieron a explicarme el himno, pero eso sí, me
gané más de un golpe con una regla de madera por no cantarlo mecánicamente tal
como ellos lo hacían.
En
casa no dejamos a nuestros hijos tomar decisiones aunque sean muy pequeñas, y
les argumentamos que son inmaduros e inexpertos para hacerlo, y que nosotros
tenemos toda la autoridad (por el simple hecho de ser viejos, o al menos
adultos) para hacerlo por ellos. Pero vuelve la ironía, cuando son adolescentes
les exigimos que sean maduros y que sepan tomar decisiones responsables (así,
de la noche a la mañana), como si hacerlo dependiera solo del permiso del adulto para empezar, que ironía.
Cuando
analizo estas ironías de nuestra cultura educativa, y las comparo con las
historias de grandes empresarios, los revolucionarios que han cambiado el
mundo, los hacedores de grandes avances y los grandes genios, me doy cuenta que
en su gran mayoría (por no decir que
todos) no pudieron encajar en ese estilo de educación, en la de repetir por repetir,
en esa en que lo que uno aprende en el aula no aplica al salir al recreo (son
dos mundo diferentes y opuestos).
En
definitiva lo que más preocupa; al menos a algunos de nosotros, es que cuando
un niño o adolescente no funciona en este sistema educativo, tenemos la osadía
de decir que él fracasó, que no funciona, o peor aún, que no tiene la capacidad
cognitiva para hacerlo, como si cuando a uno le tallaran los zapatos la
solución fuera echarle la culpa a los pies en vez de cambiar de zapatos. Los grandes
pedagogos y pensadores del planeta aseguran que la educación debería ser
una oportunidad para inspirar, para
despertar el gigante interior, para que el niño amplíe su mente, que se sienta
orgulloso de pensar por sí mismo, que genere ideas nuevas, para que cuestione la
sociedad y sus paradigmas, y luego, cambie el mundo (este del que tanto nos
quejamos), no debería ser la oportunidad para depositar nuestras expectativas
rancias y nuestros pensamientos; que son nuestros, y no por ello correctos o únicos.
La
educación no debería ser parte de la ironía de nuestra sociedad, debería ser la
herramienta para desterrarla de la vida práctica. Que un niño no quiera ir a la
escuela y que prefiera quedarse en casa o hacer cualquier cosa diferente
debería ser suficiente para que nos demos cuenta que no los estamos inspirando,
que no sienten que los estemos preparando para la vida, que los estamos matando
de aburrimiento… la pedagogía es otra cosa.
Iván
Rendón Giraldo, Psicólogo.
Gran dilema!!
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